jueves, 26 de agosto de 2010

Cada 18 segundos.

El dolor, dulzón, se relamía en las abruptas llagas de su piel.

Sus ojos, comatosos, corrían el negro rímel por la presión amoratada de sus párpados.

Sus pechos, desnudos, decoraban burlonamente los enfermos cortes que en sus costillas crecían.

Su vientre, abochornado, exhalaba soporíferas bocanadas cálidas, allí donde el lacerante filo del acero dejó su rastro.

Sus muslos, grises, apretaban duramente el sólido suelo, sumisos, callando queja alguna allí donde sus cicatrices gritaban.

Sus manos, furiosas, agredían el frío de la repentina calma con la ira crepitante que de ellas todavía emanaba.

Y sus pies, famélicos, despertaban pequeños espasmos quejumbrosos, notándose el espontáneo movimiento aun sin contener vida.

Así el hombre dejó clara su posición de hombre, imponiendo su mandato en el hogar.

En casa ajena no salen moscas.

Recostado en su sillón, se jactaba de su inteligencia y de su don para descubrir pequeños, pero eso sí, molestos detalles que no le dejaban conciliar en paz su envenenada circunstancia de borracho.
Su júbilo por el gran hallazgo encontrado terminaba en el momento en que acechaba a su deleznable e inminente presa.
La veía y le subía el color por la piel, que lo ahogaba, y se convertía después en grandes gotas de sudor que desprendían un hedor que lo caracterizaba.
Las calientes palabras se arremolinaban atoradas en la garganta infectada. Estallaron, sin previo aviso, en roncos gruñidos que fueron lanzados, lacerantes, acuchillando a mi madre.
Una vez muerta, lo que quedó fue el amargo y ennegrecido poso de la discusión: el silencio, crudo, que gritaba con eco y resonaba por las paredes.
Y mi padre, que sin más remedio vio numerosas aunque tímidas y dóciles lágrimas surcar la abultada mejilla de ella, sucumbió, se rindió y se dejó llevar, frágil e indefenso, por el abrazo de su cama.

jueves, 19 de agosto de 2010

A 5 cm.

Dentro. No se produce la vorágine. La de sentimientos, claro. Las ganas de vomitar, intensas. La sangre se agolpa, abulta mi cuerpo. Quiere escaparse, quiere estallar en tu cuerpo. Que lo cubra entero. Que escuches cómo hablo mientras muerdo. Que escuches a quién muerdes. Que mires a quien matas. Y que te parezca rutina. Que sea necesario. Que el tiempo no quede parado, que quede muerto. Pero siempre va más rápido en un reloj que está de lado.

Fuera. Vete de mi casa.

lunes, 16 de agosto de 2010

Tengo un reloj atrasado.

Cuando es tu hora de sonreír, mi reloj marca mi hora de hacer de vientre.

domingo, 15 de agosto de 2010

No digo.

No lo haces como yo. Muy sutil y liviano, casi hipócrita, casi que se te cansa la voz nada más saludar. Impreciso, espontáneo, que a veces corre la sangre y bombea con ira mi pecho, por tu improvisto, por aquello pretencioso que vislumbra, que da esperanza, que enternece y muere calcinado, puro teatro de una tarde acalorada. Y es que es tanto lo que brota, tanto lo que abre en canal mi pecho, que si me hablas de sentimientos recíprocos, todo queda en palabrería que se te las lleva el viento. No es suficiente. Puedo comer trozos grandes, e incluso, maldita sea, tener todavía más hambre. Yo siempre lo demostraré más. Yo siempre querré más.
Así que cállate, porque no lo haces como yo.

jueves, 12 de agosto de 2010

De nuevo, pasa.

Te han cambiado. Te han hecho reír, lejos de tu hogar. Te han dejado la vista clara, lejos de donde el sol difuminaba nuestra presencia. Has disfrutado del sexo. Te han hecho, mordisco a mordisco, sentir la ira, la pena, el maltrato. Te han hecho de zarza, y ahora tu ego fuma tabaco. Te han hecho olvidar, lejos de mi trato. Te han hecho perceptible, hiriente. Te han hecho recuperar aquello que no sabías que tenías.

Y ahora vuelves, nuevo, a pisotear mis relatos.