miércoles, 22 de septiembre de 2010

Dios lo sabe.

Se incrusta en mi mirada un perfumado pesar que apesta a pútrida pena. Puedo charlar o reír raudo, pero más rápido te resultaría resolver mi irrisorio intento de regio orden.
Y tocaría la tentativa tuya (en un "tú", todo empático), de tramar un plan, aun temeroso y taciturno, para tornar mi tristeza en un tono menos trágico.
Y es sólo entonces, cuando tendría en mis puños la posibilidad de poseer la potencia de tu pérfida piel, en un penetrante abrazo, perfecto para apretar, pulverizar y partir tu podrido pecho, parte hipócrita, parte patético, más allá de que profieras el perdón; perdón por nada, perdón por Dios sabe qué.
Porque te odio.

martes, 14 de septiembre de 2010

No hace falta que lo entiendas.

Empieza tímida, la letra, dudosa, que no sale porque no sabe lo que se puede encontrar. Es frágil, y un poco tonta. Es raro. La letra. Sigue y desemboca, mientras serpentea, zumba y susurra, en un gemido, que se abre como las heridas, como la enfermedad que se propaga. Como un orgasmo. Como lo que suelta el aprendiz del habla. Y acaba en un terrible poso, un chasquido, una fuerte dentellada, como quien exclama. Un fuerte golpe metálico. Un cráneo que cruje. No ha sido más que eso.
Ahí termina la palabra.