sábado, 24 de julio de 2010

Banalidad.

Te dejas caer de espaldas, sobre la cama, incomprendido. Odias que no te comprendan. Odias que no sepan que te sientes incomprendido. Abres las piernas y notas una vigorosa pesadez, que el calor y la furia hacen sudar parcialmente. Te tumbas sobre un costado y te miras, como siempre, en el gran espejo del armario. En esta postura, cae de lado, y golpea su viril presencia contra ti y tu pierna. Y no te queda otra que sucumbir. Bajas un poco pantalón y boxer, todos a una, hasta que el rizado encanto, y un atisbo de pudor, se asoman reflejados ante tu vista. Ves tu cadera, y el contorno abrupto y agresivo que conforma. Te incorporas y te deshaces de la camiseta. Y piensas en una persona, adulta, grosera y pedante, que eres tú mismo, y que desearía follarse a ese cuerpo de niño del espejo, con toda actitud narcisista. Empiezas a violarte brutalmente, resentido, tocando tu cuerpo, toda fibra porosa, todo por donde pudieras sentirte sucio. Te molesta la piel, y te acercas al espejo. Adelantas la pelvis y te corres en tu reflejo. Y serio y calmado, te fijas en ti mismo y susurras lo enfermizamente delgado que estás. Así, con asco, apartas tu mirada de ti, limpias lo ensuciado, y piensas qué hacer. Te conectas a msn, y empiezas a discutir con tu amigo.

1 comentario: